lunes, 23 de marzo de 2009

La puta tesis

Hace siete años cometí el error más grande de mi vida: Empezar una tesis doctoral. ¿En qué estaría yo pensando?
Hacer un tesis es la cosa más desesperante que puede hacer un ser humano. El tema da igual, escribir 500 páginas sobre cualquier tema es demasiado. Y encima hacerlo con rigurosidad, precisión, valor académico, estructura adecuada, citas de otros autores que apoyen tu discurso, etc. Y todo ello sin utilizar una Arial del 14 a triple espacio (aunque hay quien lo hace), eso es inhumano!

Cuando te pones frente a las 500 hojas en blanco, te entran los siete males y buscas cualquier excusa para no ponerte a escribir. Como limpiar la casa, ordenar los libros por orden alfabético, sacar a pasear al perro del vecino, leer el Ulises de Joyce en versión original,… Y todo eso que es absolutamente necesario que hagas antes de ponerte a escribir la tesis. Esto tiene una palabra en ingles: “Procrastination”; que aunque suena a pecado relacionado con el sexo, significa: dejar las cosas para más tarde. (Como se explica en esta animación con la que me identifico, totalmente). Lo admito, tengo procrastination.

Al margen de esto, la trayectoria de mi vida, y mi salud, en estos 7 años es directamente proporcional a mi desesperación con la tesis. He hecho todo tipo de cosas para lograr salir de un bloqueo mental. Empecé por tomar flores de bach, que son una gotas de hierbas variadas que se supone que van bien para todo… A mi no me sirvieron de nada. Así que opté por cosas más radicales:
Un verano de calor horrible y de vecinos que escuchaban música de Bollywood a todo trapo, decidí irme a un monasterio. Sí, sí, a un monasterio. La cosa empezó como una coña con los amigos, hasta que me pasaron una lista de Monasterios de Cataluña que había en Internet y yo pensé: “¿y por qué no?” Y me planté 15 días en un monasterio aislado en la montaña que tenía una parte de hospedaje. La habitaciones eran de lo más sobrio, el baño estaba fuera y para llegar a él tenías que atravesar un pasillo presidido por un cuadro de una chica de mirada inquietante, cuando salías de noche, acojonaba.
Después de la primera noche pensé en salir corriendo de allí, sobre todo cuando las campanas sonaron a las 7 de la mañana, pero no lo hice, me quedé (por huevos, más que nada). La gente que se alojaba allí eran de lo más peculiar: señoras beatas variadas, gente reflexiva, estudiantes desesperados, algún que otro freaky y monjas de otros monasterios de vacaciones. (Guau!) Había una señora irlandesa que escribía poesía mística en Spanglish. Dio un recital, yo no fui porque tenía que hacer la tesis. Ahora me arrepiento, seguro que fue mítico.
Las conversaciones de las comidas eran peculiares y místicas a la vez. La comida era bastante espartana, las acelgas con patatas sin sal de todas las noches eran realmente "deliciosas”. Y para colmo de males estas monjas ¡no hacían postres!, lo más dulce que comíamos era melocotón en almíbar de bote. ¿Cómo es posible? Si yo me fui allí pensando que comería yemas de Santa Teresa...
La primera semana logré trabajar bien, como no tenía nada más que hacer… Pero la segunda me subía por las paredes, necesitaba la civilización, tomar un café con los amigos y reírnos de todo, necesitaba galletas de chocolate y comida con colesterol. Hasta echaba de menos el Bollywood de los vecinos, (bueno, no exageremos). Estaba tan desesperada que me fui a andar por el campo. Con lo poco que me gusta el campo: ese lugar lleno de bichos y plantas portadoras de alergias. Incluso el ordenador se saturó y se quedaba colgado cada dos por tres. Afortunadamente se pasaron los 15 días y unos amigos vinieron a rescatarme y a reírse de mi, (los muy cabrones).

Después de descubrir que la vida monacal no es lo mío y tras sufrir unos años de bloqueo mental, decidí probar con la hipnoterapia. Se trata de una terapia que utiliza la hipnosis para convencer a tu subconsciente de que tienes que hacer algo. Ojo, que la hipnosis no es la historia del péndulo que vemos en las pelis, sino una especie de estado de relajación. La cosa fue bien y en unos días logré escribir tanto como en los meses anteriores. Pero mi odio consciente a la tesis fue más fuerte que mi constancia subconsciente y me volví a bloquear.

Lo último que he hecho ha sido un curso de iniciación al Reiki. Ahora tengo mis chacras conectados con la energía del universo y puedo escuchar a una hormiga andando por la hierba, u oler a una señora con un abrigo impregnado de naftalina al otro lado de un vagón de tren. También pito cuando paso por los detectores de metales. En fin, que si puedo hacer todo eso, también puedo acabar la puta tesis. Yes, I can!

Si esto no funciona, no descarto hacerme Hare Cristna o contactar con el negro que le escribió el libro a Ana Rosa Quintana. Si alguien lo conoce, pasadme su teléfono, por favor.